Prólogo del libro «Fotografía en rus viajes» de Oriol Alamany

El ser humano ha sentido la necesidad de plasmar en imágenes lo que veía durante sus viajes desde la mismísima invención de la fotografía. O incluso desde antes, porque ¿qué son los grabados que los viajeros románticos del XIX nos dejaron sobre la Alhambra, por ejemplo, sino fieles fotografías sin cámara de una realidad pasajera gracias a las cuales hemos podido documentar el pasado?

Viajamos para descubrir, para conocer, para documentar. Pero también, para compartir. Y aquí el invento de Nicéphore Niépce encontró un campo abonado para su desarrollo y su popularización. Muy pocos eran los elegidos por las musas para poder plasmar en el lienzo un paisaje, una naturaleza muerta o un grupo de personas faenando en el campo como Turner o Van Gogh. Pero con una cámara, casi todo el mundo es capaz de captar ese paisaje, ese rostro, ese atardecer y compartirlo luego con los amigos y familiares.

PacoNadal_Manokwari _Papua

Es cierto que en los albores de la fotografía la posesión y manejo de una cámara era cosa de profesionales, por no decir casi de magos. Por eso se inventaron las postales. ¡Qué hubiera sido del turismo sin la aparición de aquellas maravillosas cartulinas de 9 x 14 cm con escenas clásicas de los monumentos del mundo! Las postales no solo fueron el origen de la fotografía de viajes sino que contribuyeron a crear clichés turísticos que permanecieron por décadas. Aquello que salía en una postal adquiría rango de patrimonio de la humanidad y los afortunados que en aquellos lejanos años podían viajar lo hacían para visitar lo que salía en las postales. Solían llegar a destino después del regreso del viaje, pero qué más daba. Lo importante es que acreditaban nuestra estancia.

Su influencia en el mundo de la imagen fue tal que los fotógrafos de viajes y naturaleza aún decimos “es una postal” para referirnos a una foto estereotipada y sin alma.

La primera postal ilustrada de España se imprimió en 1873 y hasta que Mr. Kodak democratizara el mundo de la fotografía fueron la única manera que un viajero tenía de atestiguar que en efecto él estuvo allí: lo decía el membrete de la postal.

La fotografía de viajes nos sirve para fijar nuestros recuerdos y también, reconozcámoslo, para dar rienda suelta a ese pequeño diablo vanidoso que todos llevamos dentro: no solo hay que ir al sitio, sino que luego hay que enseñar a los seres queridos cómo era ese sitio, cómo de bien lo pasamos, cómo de maravillosos eran aquellas habitaciones de hotel o qué vistas tenía la terraza de ese restaurante. Privilegios que la fotografía de viajes nos permite datar.

Fue siempre así, ya fuera con las primeras Werlisa Color o con las Kodak Instamatic y más tarde cuando el precio de las réflex de alta calidad empezaron a ser asumibles para fotógrafos aficionados, todos íbamos por el mundo cargados con enormes bolsas llenas de cámaras, objetivos y… ¡rollos! Sí, rollos de película, esa cosa trasnochada que parece existió en el Jurásico pero que en realidad funcionó hasta anteayer. ¡Qué cantidad de emociones futuras se agolpaban en mi mente cuando veía en la mesa de mi estudio docenas y docenas de rollos de Velvia preparados para una nueva aventura! Era como cuando al perro le enseñamos la correa: es el signo inequívoco de que salimos de casa. Un nuevo viaje, nuevas fotos, nuevas e inciertas experiencias.

En fin, aunque siempre existió, ese nivel de exposición pública de nuestras fotos de viajes empezó a alcanzar cotas de fenómeno histórico con la aparición de la fotografía digital y el consiguiente abaratamiento de las cámaras y mejora de sus prestaciones. Pero sobre todo ocurrió con la aparición de los smartphone. Ahora todos llevamos una cámara en el bolsillo (¡si el bueno de Nicéphore Niépce levantara la cabeza!) y nos hemos convertido en voyeur de la vida de los otros y de la nuestra propia. No solo fotografiamos compulsivamente todo lo que nos rodea en un viaje, sino que lo compartimos al instante con los seres queridos, como antes las postales y, además, con otras miles de personas a las que ni conocemos ni conoceremos en la vida. La exposición pública de nuestras pequeñas glorias y miserias sin mayor pudor ni reserva se ha convertido en la nueva droga social.

Un cambio drástico para la fotografía, que nunca volverá a ser lo mismo. Ya no importa la calidad (¿quién se para a pensar en eso?). Importa la inmediatez y la cantidad. Si las fotos de viajes se hacen con un teléfono, ¿a quién diablos le importa la distancia focal, la profundidad de campo y el uso correcto de un filtro neutro de tres pasos? Es más, ¿quién sabe ya qué es la distancia focal, la profundidad de campo y un filtro neutro de tres pasos?

La fotografía de viajes es además el género visual en el que más se mezclan los intereses profesionales y amateur. Uno no va fotografiando asesinatos, guerras o jueces que entran en la Audiencia Nacional. Eso es cosa de profesionales de los medios. Pero sí que todos fotografiamos las pirámides de Egipto, la torre Eiffel o los jardines de Versalles. Por eso pocos géneros como éste obligan al fotógrafo a ver más allá, a crear un estilo, a desarrollar esa visión personal que transforma una imagen vulgar en un instante único. No es fácil componer una imagen singular a partir de elementos fotografiados millones de veces antes que lo hicieras tú, tan manidos y vistos que forman parte ya del imaginario colectivo mundial. El fotógrafo de viajes debe transmitir emociones, como cualquier creador, pero además está obligado a hacerlo de forma original sobre una apuesta probablemente reproducida por millones de personas antes que él.

PacoNadal_Leticia_Colombia

Por eso admiro a Oriol Alamany. Porque es de los pocos fotógrafos de viajes y naturaleza que logra en cada imagen deshojar lo obvio para encontrar dentro un guiño de originalidad. Ese guiño que separa una imagen vulgar de otra que cuenta algo. Ese ‘momento decisivo’ que muy pocos afortunados saben encontrar.

De Oriol siempre me llamó la atención su sensibilidad, la poesía que destilan sus paisajes. Poesía y paz, añadiría. Admiro esos escenarios suyos que parecen flotar siempre en un mundo irreal de brumas matinales (aunque para esto sé su secreto: madrugar mucho, mucho; es el estigma del fotógrafo de naturaleza). Me impresiona la limpieza de sus encuadres, tan livianos y etéreos. Y el control que ejerce sobre las luces, que parecen compradas a propósito para desparramarlas por la escena y darle el volumen exacto a cada elemento de la composición.

No es fácil captar una imagen de los moai de Isla de Pascua, de las praderas del Serengueti o de las playas de Córcega que aporte algo nuevo, que sea capaz de provocarnos un respingo en algún rincón del cerebro. Esos sitios los hemos visto tantas veces, que es difícil que nos impresionen. Pero Oriol lo consigue. Cada imagen de su archivo tiene la virtud de la sorpresa. Y además sin artificios ni juegos de ordenador. Oriol es de los de la vieja escuela: la foto se hace en el ojo y se plasma en la cámara. El resto, es ruido moderno. Y no es fácil ya, en la locura digital que nos acogota a todos, mantener ese discurso de honestidad.

Como el mismo dice comentando una de sus fotos:

“El fotógrafo de paisajes debe ir más allá de la simple acción de encuadrar un paisaje bonito. Tiene que intentar plasmar en sus imágenes tanto la esencia del lugar que está fotografiando como las emociones que éste le transmite”.

Pues eso es lo que sigue a continuación en este libro. Imágenes que provocan emociones. Imágenes de Oriol Alamany y sus invitados que logran hacernos volver a la esencia primigenia de la fotografía: captar la realidad pero con tan alto grado de subjetividad que magnifica y engrandece esa realidad.

Paco _Nadal_Groenlandia

PACO NADAL es escritor, periodista, director de documentales, bloguero y fotógrafo. Sus trabajos profesionales pueden verse en los principales medios de comunicación. Pero sobre todo es alguien que ha hecho del viaje una forma de vida.

Escribe asiduamente en El Viajero, el suplemento de viajes del diario El País. Colabora en el programa Hoy por Hoy, de la Cadena Ser. Presenta y dirige series documentales para Canal Viajar. Y escribe y hace fotos para guías de viaje en la editorial EL País-Aguilar. Desde su bitácora El blog de Paco Nadal, cuenta a diario y en directo la alocada y nada aburrida vida de un periodista de viajes. Ha publicado dos libros de fotografía: Los pigmeos del río Ituri y Semana Santa en Murcia.

www.paconadal.com

1 COMENTARIO

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí